Aún puedo ver a través de tus -ya no tan- cristalinas pero si francas pupilas esa fuerza arrolladora; esa entrega plena; ese fuego que alumbra cuando la oscuridad vacila con aparecer.
Sí, aún puedo escuchar tu risa. Lejana y escogida; Puedo dibujar tu cara, detenerme en tus ojos, y con pinceladas precisas plasmarlos fijos, punzantes, intensos. Tal y como los recuerdo cuando hablar con el corazón era un derecho ilegítimo y toda comunicación verbal parecía estar prohibida.
Aún puedo ruborizarme con tus caricias, y sentir tus abrazos: tan escasos como reconfortantes. Puedo fantasear un beso, o escucharte respirar en pulmones de otro.
Te hablo. Comparto mis miedos, dudas, errores, y aciertos. Y puedo escuchar tu respuesta: tu risa ante mis tonterías, o tu enfado con mi falta de frontalidad. Incluso a veces no hace falta que entones palabra, porque puedo advertir en tu gesto un destello de orgullo incipiente. Y a mí, a mis 22 años, se me pone carita de tonta.
Es cierto: aún tengo todo en mente y corazón, nítido como la mejor de las pantallas plasma. Y en realidad tan borroso como una película sin créditos.
Te pinto; te retrato; te reproduzco; te escucho; te siento; te vivo... pero no sé darte esas alas para que te instaures aquí, en frente, para que seas real.
SE BUSCA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario